Este 24 de octubre en el marco del Día Internacional contra el cambio climático, alzamos nuestras voces desde el Sur Global. Aquí, lejos de las oficinas de la Organización de Naciones Unidas -que implementó este día con una campaña en 2018, se teje la esperanza de la mano de mujeres defensoras de la naturaleza. Recolectamos estas voces en el siguiente artículo, para dar cuenta de que las soluciones están siendo implementadas desde abajo, con todas las fuerzas de la historia.
Por Fresia Ramírez Inostroza, periodista de Tomate Rojo.
A pesar de las grandilocuentes promesas de los gobiernos globales, la crisis climática no logra frenar. Estamos ante la insistencia de mantener el sinsentido que es la depredación, que lleva más rápido de lo que creíamos a la autodestrucción y a múltiples catástrofes humanitarias que ya logramos ver y que, a este ritmo, en 2050 se traducirían en un aproximado de 216 millones de personas en condición de migrantes climáticos, huyendo de desastres socio climáticos.
Según la mesa final de la Mesa Nacional de Aguas, uno de los impactos más críticos que enfrenta Chile es la disminución en el caudal de ríos, glaciares andinos, lagos naturales y embalses artificiales. Pero además nos respiran en la nuca las agudas variaciones climáticas, que afectarán a las zonas más pobladas del centro y que a su vez golpearán a los delicados ecosistemas de zonas extremas, según indica el Atlas de Riesgos Climáticos para Chile.
Mientras algunos miran pacientemente cómo se acaba el tiempo para actuar y se concentran en cómo acaparar lo más posible en el corto plazo, las comunidades con una ética tan valiosa, toman la posta de una responsabilidad que debiese ser mundial, y cual proceso de reproducción de semillas, multiplican la vida. Y es que estas hiladoras de la esperanza y tejedoras de un futuro posible nos dan lecciones y directrices desde el quehacer en el décimo país más desigual del mundo.
¿Cómo construir Justicia Climática?
Para las abogadas y editoras del libro “Justicia climática: visiones constructivas desde el reconocimiento de la desigualdad”, Paola Villavicencio y Susana Borràs, la Justicia Climática tendría tres factores: distributivos, epistemológicos y procedimentales. En palabras simples, el primero nos desafía a cambiar la realidad de la distribución entre quienes se llevan los beneficios y los costos de la intervención humana industrial en el medio ambiente. El carácter epistemológico se refiere a cuestionar las estructuras de pensamiento que perpetúan la injusticia ambiental y repensar nuestras creencias sobre lo que es justo y lo que no lo es.
Por su parte, el factor procedimental nos lleva a exigir que los alzamientos de voz de quienes defienden el territorio sean escuchados, y se asegure la participación democrática, activa y vinculante de las comunidades en la toma de decisiones que interfieran la vida de ecosistemas, dándoles un componente colectivo y entendiendo que de manera innegable afecta la vida de todos sus habitantes. Éste factor, constituye una de las prácticas menos respetadas y de las que más lejos estamos de cumplir, pero cuya fuerza avanza con consultas como la del Yasuní, en Ecuador, y a la vez retrocede cada vez que un ataque a activistas nos rememora el rostro de Macarena Valdés o Berta Cáceres.
Mientras las definiciones académicas nos aclaran y establecen un marco del panorama, no hay mejor explicación para este proceso cíclico que la formulada por sus protagonistas. Por eso conversamos con quienes habitan la construcción de Justicia Climática, para que nos cuenten cómo dibujan este mundo donde otros mundos se hacen posible en lo material y cotidiano.
Luchas por un futuro en la tierra
El trabajo en Justicia Climática de la Asamblea de Mujeres Insulares por las Aguas ha logrado identificar cuatro grandes amenazas en el archipiélago de Chiloé, a través del mapeo de conflictos: aumento de demanda inmobiliaria, degradación y pérdida de ecosistemas, contaminación de las aguas por químicos y basura y la más nueva, la implementación de proyectos energéticos. “Los sueños de ver nuestro territorio libre de amenazas extractivistas, nos permite un ideario metodológico, de reflexiones, mapeos y acciones en las realidades que estamos viviendo proyectándolas hacia el futuro con una mirada feminista y esperanzadora. Por tanto nuestra idea es construir con las comunidades caminos que se basen en la responsabilidad que nos corresponde por habitar este territorio - maritorio, tanto para quienes los habitan, como para las generaciones que vienen”, nos relata Deisy Cona.
Otro carácter de la Justicia que entregan las resistencias es el anticapitalista, proponiendo que la naturaleza es un bien común que no se debe apropiar y menos comercializar. En este sentido, la organización Mujeres Anti-Extractivistas de Humbolt discrepan con el uso del concepto de “Justicia Climática” y proponen la educación e información como eje para unir las luchas. “Sentimos que lo primero es trabajar desde esas bases y justamente postulamos a Fondo Alquimia para llevar a cabo actividades que estén relacionadas bajo esos dos ejes. Pulsaremos la primera escuela de formación socioambiental para mujeres Antiextractivistas del archipiélago de Humbolt. Creemos firmemente en qué los cambios si son posibles cuando las comunidades se unen en base a un fin común”, nos relata Pía González.
Ante el nulo avance de los estados y presión de paralizar reformas de parte de las contaminantes transnacionales, los cuidados se posicionan al centro de lo material potenciando al eco feminismo como una directriz de las alternativas, ya que no hay justicia climática sin justicia de género, cuyas falencias están a la vista: brechas salariales, de distribución del trabajo doméstico y crianza y de acceso de las mujeres a tierra, educación, salud y agua. Desde el enjambre de voluntades que hacen parte de Mujeres por el Buen Vivir de Quintero - Puchuncaví, Marta Aravena nos cuenta que el sistema lo cambian de esta forma: "debemos cambiar algunos hábitos, porque pese a que vivimos en una zona de sacrificio devastada por la contaminación, aquí no basta con hacer incidencia política. No basta luchar contra la institucionalidad, no basta luchar con industrias y no sólo luchar con el gran poder económico. Sino que algo que no se ha hecho: educación, que sepamos que la vida se puede desarrollar de otra manera y no con afán de acaparamiento material, no traducir la felicidad a adquirir bienes materiales".
La alternativa que la Coordinadora Nacional de Mujeres de Pueblos Originarios levanta, articula fuertemente la “reivindicación de los conocimientos indígenas frente a la actualidad, donde el énfasis se coloca en el valor que nuestras lagmien nos expresan y nos enseñan a través de transmitir su conocimiento”. Por ello la organización promueve que ese conocimiento se plasme en lo cotidiano de las personas a través del respeto, y este año levantarán la II Escuela de formación e incidencia centrada en la crisis climática en la ciudad, dirigida a dirigentas indígenas del sur de Santiago. Jessica Rupayan nos cuenta que entre los sueños que motivan este camino como mujeres indígenas son los de “poder aportar en esta sociedad tan avasalladora con el resto, que impone ciertas temáticas, liderazgos y sistemas que en ningún caso están relacionados al colectivo, al bienestar ni el Küme Mongen”.
500 años defendiendo el territorio
El colonialismo ha traído a este territorio 500 años de despojo, injusticias y cicatrices. Con todo, el rol de los pueblos indígenas para la protección de la naturaleza y con ello la reproducción de la vida humana ha sido fundamental. La devastación colonizadora y de avance de imperios a lo largo del mundo ha llevado a que hoy los pueblos indígenas sólo sean el 5% de la población mundial. Sin embargo, sobre sus hombros y cosmovisiones biocéntricas se sostiene el 80% de la biodiversidad. Pero a pesar de ello, y como postula el Glosario de Justicia Climática de la Plataforma Latinoamericana y del Caribe por la Justicia Climática, "la atención de desastres y el beneficio de políticas de recuperación, son distribuidos de manera desproporcionada en favor de las comunidades blancas y ricas, por sobre las comunidades afrodescendientes, indígenas, campesinas, obreras, etc”. Así, “el racismo climático evidencia y perpetúa el legado del colonialismo".
Fundamentales han sido las resistencias indígenas contra el extractivismo. Al extremo austral, las luchas contra las salmoneras son protagonizadas por comunidades Kawésqar, que defienden sus 6 mil años siendo parte de esa tierra y mar patagónico y en 2020 lograron que el Tercer Tribunal Ambiental reconociera la relación entre la falta de oxígeno en las aguas con la operación salmonera.
Otro caso tuvo lugar en uno de los tres cerros sagrados para las comunidades Aymara: el cerro Anocarire, en Vicuña. Una capa de oro fue el objetivo de BHP Billiton y Andez Minerals SpA, cuando en 2013 el Estado abrió llamado a la minería. Por el peligro que representaba para la cosmovisión y el abastecimiento de agua, las comunidades organizadas interpusieron un recurso por violación a los Derechos Humanos ante la Corte Interamericana de Justicia, denuncias ante la Dirección General de Aguas por extracción ilegal y ante la Superintendencia de Medio Ambiente por afectación a la flora y fauna, desvío de aguas y contaminación ambiental. Ello junto a la presión constante por defender la vida, permitieron que en 2020 la operación minera se paralizara.
Asimismo, el caso de la Machi Millaray en defensa del río Pilmaiken, es un ejemplo de la insistencia de los pueblos por proteger su habitar de la instalación de transnacionales del Norte Global, como es Statkraft,. En todos estos casos, las industrias devastan los territorios creando descontentos tan profundos como lo son las desigualdad sociales y económicas que atraviesan a las comunidades.
Rupayan es clara y propone que los pueblos indígenas deben “dejar de estar invisibles ante la situación que nos involucrar a todas las personas y validarnos como sujetos de derecho y actores relevantes frente a la crisis climática, generando conocimiento desde el Zungun (desde la palabra), desde el Itrofill Mogen, que no es solamente un espacio, sino un todo. Y ese todo debe estar bien visible ante la política pública”.
Reconocer las desigualdades como un primer paso que cimenta la convicción de exigir Justicia Climática, y comprender así la estrecha relación entre Derechos Humanos y Derechos de la Naturaleza, siguiendo el ejemplo de las comunidades defensoras de la tierra.